lunes, 15 de agosto de 2011

Perder el norte

Hoy vuelvo a escribir en este blog para recibir todas vuestras condolencias porque se expiran mis vacaciones, el día 17 de agosto vuelvo a levantarme a las 7 de la mañana para poner la mejor de las sonrisas a aquellos cabr**** que no se han ido a la playa y se dedican a pasearse por la universidad.
En este 2011 mi descanso estival se ha reducido a once días, ni uno más, ni uno menos, pero he cumplido rigurosamente el proverbio de ‘corto pero intenso’. El mismo día 6 de agosto salía de trabajar a toda prisa, trastabillada, para coger un bus dirección al norte de España, para olvidarme unos días del calor sofocante, del olor a asfalto quemado y del aire contaminado de Madrid.
He conocido infinidad de lugares nuevos en sólo siete días, separados por una frágil línea que otorga su posesión o bien a la provincia de León, o bien a la comunidad autónoma de Asturias. Propietarios diferentes, guías de viaje diferentes, mismo creador: mamá naturaleza.
Y como toda visita, lo mejor será narrarla cronológicamente.

AVILÉS y alrededores
Si en cualquier punto de España lanzas el tema ‘Asturias’ la gran mayoría de personas te nombraría todo aquello que está preestablecido, todo aquello con la suficiente publicidad para que se pase por tu mente sin tú abrirle la puerta: vacas, con su correspondiente leche; sidra, bien escanciada por un metre; la playa de Gijón y la historia de Oviedo. Sin embargo, cuando tienes el suficiente tiempo como para dejar de ver y empezar a observar te quedas, como es mi caso, con el olor a tierra mojada, con el murmullo de la ola al romper con el acantilado, con el sabor del pescado recién salido del mar o con la presión del viento fresco en la piel cuando tu mirada se pierde en el Cabo Peñas. En definitiva, me quedo con todas las sensaciones.
El punto de encuentro, el destino en concreto, era Avilés. Y como ni yo describo bien, ni la ciudad es suficiente sencilla como para ser descrita, no diré nada en especial. Invito a cualquier persona a pasarse por allí, un par de días, para descubrir que existen ciudades del norte de España en las que la falta de publicidad no significa ausencia de encanto. En Avilés hay historia y magia, a mí me lo han enseñado, ahora te toca a ti explorar la ciudad de las focas.

ESTEPA CASTELLANA: LA BAÑEZA y su entorno
La segunda parte del viaje transcurrió un poco más al Sur, en León, la provincia con mayores cambios de vegetación que conozco, el gradiente va desde el verde de la comarca del Bierzo hasta eriales llanos al sur del distrito.
Al igual que en el norte de España pude visitar playas, aquí pude bañarme en el agua más fría que ha rozado mi cuerpo: Lago de Sanabria, provincia de Zamora. Y al igual que comí productos del mar días antes, aquí premié a mi estómago con ricos manjares extraídos de mamíferos de a pie. Prueben la cecina de León, no les defraudará.
En esta ocasión, y al ser yo un ser vivo de secano procedente de las áridas tierras de Albacete, me quedo con la comida y la tierra; y al nombrar la tierra no me refiero a otra cosa sino a las costumbres de cada uno de los pueblos que forman esa comunidad. Vuelvo a recomendar la visita, no en invierno, sí en primavera, para evitar el calor agobiante de los meses de verano y el frío permanente en los huesos de navidad y fechas próximas.

Por último, no podía acabar esta entrada al blog sin agradecer inmensamente a los guías de viaje por su paciencia: Alex (unavidacuriosa.blogspot.com), Sofi, Enol (lavidadeenol.wordpress.com), y familias.

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